martes, 20 de noviembre de 2012
Mi iniciación como aprendiz de sumisa
¡AL FIN HE TENIDO MI PRIMERA SESIÓN COMO SUMISA!
Cuando ya quedaban pocas horas para reunirme con mi Amo, empezaron a aflorar mis inquietudes y mis miedos. ¿Estaría haciendo bien en confiar como lo hacía en alguien a quien nunca había visto antes?, ¿valía la pena arriesgarse por este sentimiento que me invade de admiración, curiosidad, placer, etc.?. Y si era así, ¿Había elegido a la persona correcta?. Quizá no pudiera resolver todas mis dudas y crecieran más, e incluso estuviera a punto de entregarme en las manos equivocadas pero, ¿que podía hacer?: Estaba atrapada por la atracción que Él, mi Amo (aunque sea en prácticas) despierta en mi.
Quedamos a las 21:00 horas. Me moría de curiosidad por saber cómo habría solucionado que yo no fuera capaz de verle cuando me recogiera, que era la parte más difícil. Aunque ni por un instante dudé en que no pudiera hacerlo, y así fue.
Al llegar, me dijo que me dirigiera a una furgoneta roja y que para estar seguros de que era la suya, que me fijara si había un cartel en el lateral y qué ponía. Cuando miré, me hizo gracia que pusiera TRANSPORTES GARA, mi nombre de sumisa.
Al abrir la puerta para subir a la parte de atrás, como Él me indicó, vi que había un cojín rojo y encima de él una rosa roja y un antifaz. Al sentarme me di cuenta como había solucionado que no le viera. Había colocado unas cortinas que nos separaban. De repente, me atacó el pánico: ¿Y si estaba en la parte de atrás, observándome, mirando cada gesto que hacía?. No me atrevía a girarme para comprobarlo. Estaba inmóvil, incapaz de moverme. Mi corazón palpitaba tan deprisa que parecía que fuera a salirme del pecho.
Entonces pasó algo que me hizo estallar a reir y no poder dejar de hacerlo. Aunque fue una tontería, me relajó y pude empezar a escuchar la música que sonaba y la cual me dijo que disfrutara y me relajara. Él se acercaría al coche y daría tres pequeños golpes antes de subir y así lo hizo.
Cuando subió, empezó a hablar conmigo y me encantó su tono de voz, apacible, y a Él le gustó la mía. Era la primera vez que nos escuchábamos.
Cuando arrancó el motor, yo llevaba el antifaz, pues podía verle por la abertura de la cortina, pero le prometí no hacerlo y me lo quité pues de los nervios tenía mucho calor. Hablando con Él, de camino a su casa, me fui calmando.
Antes de bajar, me hizo poner el antifaz y me ayudó a bajar del coche para entrar en su casa. Estuvo muy atento. Me sujetó el bolso y el vino. Si algún vecino nos vio, a saber lo qué pudo pensar, cosa que a Él no le importaba.
Una vez dentro de su casa, me hizo esperarle de cara a la pared, con las manos a la espalda, mientras iba a aparcar. No debió tardar mucho, pero a mi se hizo eterno pues me era muy incómoda esa postura, por culpa de las rodillas al llevar tacones.
Cuando regresó, me dirigió a la mesa. Me resultaba rara la situación, pero a la vez muy divertida y creo que a Él también. Sirvió la cena mientras hablábamos. Ya estaba más tranquila, pero no me esperaba lo que a continuación me pidió: Me esposó las manos a la espalda y me sentó en sus rodillas, pues la primera prueba consistía en hacerme entender sin hablar. Era bastante complicado puesto que iba con el antifaz, pero más difícil era aún para mi el hecho de que me diera de comer. Sin que esa fuera su intención, me sentí humillada y así se lo hice saber. Él me contestó que tenía un nivel de humillación muy bajo pero, ¿quién no sentiría humillación mientras le dan de comer?
Al acabar la cena, me llevó hacia el altar donde estaba mi contrato de sumisa. Me ayudó a arrodillarme sobre un cojín rojo, me dejó a solas para poder quitarme el antifaz y vi el altar. Era muy bonito, hermoso diría yo. Era una pequeña mesa con un mantel negro, tres velas rojas, mi contrato de sumisa en un papel muy bonito y una pluma para firmar.
Leí el contrato detenidamente y lo firmé. Estaba entusiasmada de haberlo hecho. Me coloqué el antifaz y mi Amo volvió a mi lado. Retiró el altar y me subió a la mesa. Me ordenó que me desnudara, mientras Él permanecía sentado en el sofá. Esta era la segunda prueba y yo no la entendía muy bien, pero pronto lo hice. Cogió un rotulador, se acercó a mi y empezó a marcar mis defectos. Después me olió y me palpó, aunque cuando lo intentó hacer en el culete tuve que pedir piedad (nuestra palabra de seguridad) pues me resultaba muy incómodo y vergonzoso.
Después llegó una prueba más dura. Consistía en soportar el dolor y no creía ser capaz de pasarla. Tenía diez trabas de la ropa e iría colocándolas en mi cuerpo de una en una. Estaba asustada pues no sabía cuánto dolería eso. Para mi asombro, al colocar la primera pinza, aunque era doloroso, era un dolor soportable. Fue colocándolas una a una donde le fue apeteciendo: el costado, las ingles, los pechos, las cuales me resultaron las más dolorosas, ... Mientras las ponía, debía ir contándolas y al hacerlo, Él las rozaba con el dedo lo que hacía que el dolor apareciera de nuevo con cada una de ellas. Mi Amo, al ver que lo soportaba bien, colocó dos más, haciendo un total de doce pinzas. Se sintió muy orgulloso de mi por haber superado la prueba mejor de lo que incluso pensaba, pues los dos sabemos que el dolor me aterra. Después empezó a retirarlas una a una y me masajeaba la zona, lo cual me aliviaba mucho, claro que para ello debía pedirlo diciendo "masajito amo". ¡Qué tonta me hacía sentir decirlo una y otra vez!. Pero a Él le gustaba, supongo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario